Transcripción |
Una fiesta
en el fin del mundo
Víctima de algunos desperfectos técnicos, el
show de los británicos en el Único brilló
cuando se apoyó en sus grandes éxitos
Para Depeche Mode, el fin del mundo se
acerca: los ingleses así lo gritan en
“Spirit” su último trabajo. Lo gritan con la
visceralidad de los vagabundos proféticos
pero con el baile y la densidad que
caracterizan a la New Wave inglesa de la
cual fueron la punta de lanza.
Pero aunque el trío compuesto por David
Gahan, Martin Gore y Andy Fletcher haya
pasado anoche por el Único, la primera
visita al país del combo en nueve años, para
presentar “Spirit” en el marco de su tour
mundial, que quede claro: la invitación no
era a un velorio, por más atuendos de negro
que conformaran el colmado Estadio, sino a
una fiesta.
Y acorde a esa premisa, repasaron “Spirit”,
claro, pero los ingleses saben de fiestas,
aún en el fin del mundo, y armaron un
setlist que entre sus temas más nuevos y
menos celebrados hizo emerger los grandes
éxitos para hacer aullar a un Estadio que
creció con el sonido de sintetizadores y
atmósferas oscuras en su habitación (poco
millenial visitó ayer el Único: los sonidos
de Depeche Mode son la banda sonora de los
hoy post-jóvenes que saltaron como chicos).
La banda calentó la noche de chubascos con
un enérgico raid inicial (”Going Backwards”,
“It’s no good”, “Barrel of a gun” y “A pain
that I’m used to”) cargado de su música con
sentido de épica, escrita para grandes
estadios. Y con un sonido acorde,
devastador, aunque con una puesta demasiado
austera, y con pantallas apagadas buena
parte del show por algún desperfecto, triste
para los de atrás, la mayoría, a los que sin
dudas les aguó la fiesta: el público llegó a
cantar “pantaaaalla, pantaaaalla” cuando
promediaba el show casi a oscuras. Gahan,
puro goce y energía, intentaba disimular y
contagiar al todavía frío público: contagiar
un estadio entero sin la ayuda audiovisual
fue un desafío incluso para él, barrilete
cósmico.
A medida que avanzaba la noche, el combo
tomó distancia de “Spirit”, del cual sólo
sonaron en la segunda mitad “Cover me” y el
primer corte, “Where’s the revolution”, que
invita al levantamiento político y físico.
El regreso a “Spirit” era un recordatorio de
que aquella fiesta tiene un motivo: al son
de la seductora voz de Gahan, estábamos
bailando sobre las ruinas del mundo,
tratando de olvidar o sublimando las ruinas
del mundo.
Pero cuando el teclado delata que llega
“Everything counts”, olvidar las ruinas del
mundo fácil: sumergirse en la nostalgia de
aquellos sonidos ochentosos es una pulsión,
y la ignorancia es felicidad. Y eso que se
trata de una canción sobre la ambición
corporativa: pero, como siempre, Depeche
Mode vuelve bailable la depresión del mundo
moderno.
Fue el principio del final: la banda cerró
ahora sí a puro fuego con la oda a lo
sensorial “Enjoy the silence” y “Never let
me down again”, antes de volver y hacer
estallar todo con “Personal Jesus”.
Extasiados, algunos se estiraron y tocaron
la fe perdida, inmersos en su adolescencia,
recobrando sueños y utopías: Gahan había
hecho su trabajo, encendido la llama de una
pequeña revolución de baile colectivo. Para
otros muchos que disfrutaron el show sin
dejar la vida en cada pogo, simplemente
había sido una buena fiesta, nostálgica:
también ahí, los británicos habían hecho un
buen trabajo.
Seis kilómetros
El recital de Depeche Mode en la Ciudad tuvo
su impacto no sólo en la zona del Estadio
sino en la bajada de la autopista La
Plata-Buenos Aires. Cerca de las nueve de la
noche ese tramo registraba una caravana de
autos -que llegaban tarde al show- de casi 6
kilómetros.
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